Me regalaron una ballena

 

Me regalaron una ballena

 

Me regalaron una ballena cuando estuve de vacaciones,

le pagué un boleto de avión y tres taxis hasta el barrio,

y como no sabía dónde ubicarla

la dejé afuera y en el garaje de la casa.

 

Y por la cuadra los niños pasan y me piden que

les dé una vuelta en la ballena,

y la gente al vernos pasar piden que les regale

la sal que deja por el camino,

yo les digo que no la molesten,

que miren que se le está escurriendo el agua,

y los niños no saben

que mi ballena no es carro sino un avión de lluvia

y que sólo yo puedo volar sobre ella.

 

Ya estuvimos en todas las tiendas del pueblo

y no encontramos vasija grande para bañarla,

entonces le compré un patito de hule para que juegue.

 

Mi ballena me extraña todos los domingos

cuando me voy a nadar

y me quedo flotando en mi terapia

mirando el amplio cielo,

mientras ella se queda esperándome

con su patito bajo el sol.

Yo no la llevo porque los niños de la escuela

están practicando buceo,

y dice el piscinero que la ballena los distrae

haciéndoles muecas.

 

Mi ballena llora junto a la puerta

e inunda la sala de la casa.

Y mi mamá consigue una trapeadora triple

que venden en promoción para las personas

que muestren el “permiso para tener ballenas”.

“Sí señor, mire”, le dice ella al tendero

mostrándole la foto de la Balénida

toda juvenil ella, de cuerpo entero.

 

Si usted al girar la esquina se encuentra a una

Ballena sola y sin collar,

inundando las calles, no se asuste,

le ruego me la devuelva

al número impreso en la aleta,

y si sabe de una bañera, le agradezco.

 

A veces me entristece el pensamiento.

¿Qué será de ella cuando crezca?

¿Dónde la llevaré?

¿Dejará la guerra algún mar limpio para ponerla?

 

Mientras tanto ella sigue afuera,

hablando del océano a todo el que se encuentra,

y es cuando viene la policía a decirme que

mi ballena

no está dejando pasar los carros,

entonces yo la llamo para darle plancton:

 

"¡Ballena!"

Y ella vuelve hacia mí,

feliz, saltando, yo le doy un beso y dos abrazos;

y ella sigue para el garaje a comerse su krill

mientras afuera las gentes y los niños 

se quedan asombrados 

mirándole la cola  que llega hasta el borde de la acera 

hasta que cae la noche

y llegan sus padres para entrarlos.  

 




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Diego Alexander Gómez

pimientaenchanclas@gmail.com

2025

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