Sobre mi oficio

Sobre mi oficio


Me preguntas, “¿qué es ser librero?”, y yo no te pudiera decir con tanto desorden en mi cuarto. Libros en la cama, en la mesa del comedor, en el baño, tras la puerta, en el closet. El hombre que vive solo y lee, nos engaña. Cuando se encierra en su casa, rumores transitan el cuarto, hombres de todas las nacionalidades se miran en el espejo, “¿acaso seré yo mismo navegando en sus mares?”, se pregunta.
Y es que el hombre que habita solo, los libros lo acompañan y le hablan, pero él preferiría salir a caminar con Eugenia mientras mira sus ojos delineados cruzando las calles y luego salir a montar en bicicleta por la ciudad nocturna siguiendo las estrellas, o si es posible alguien que lo saque de su cuarto y lo invite a un helado, un brownie o un juego de mango, pero nadie aparece para invitarlo, y el hombrecito está encerrado, allí, leyendo, escuchando hablar de sus amigos los libros todas sus aventuras por el mundo, sus amores, sus peripecias, y hasta sus propias muertes.

Él, atento, escucha el goteo de la máquina escribir y es el café en vapor saludando a cada instante a su gato. Y en la radio dicen que se conmemoran veinte años del fallecimiento de Raúl Gómez Jattin y su imagen impresa en un libro mira de frete al hombre como un espejo de carro, con su sonrisa burlona, como quien sólo va de paso y a lo lejos.
La poesía demanda locura, ser y pensar diferente, morir diferente, decidir si es posible. “¿Librero?”, me preguntas. “Escudriñador de letras”, te diría, pócimas de juicio en pequeñas gotas que equilibran la humanidad, no voy, pues el mundo y el universo entero vienen a mí, hacen fila desde el patio para rozarme con sus alas, y yo no llego, me demoro un poco contemplando una flor que encontré viniendo de la librería en la Universidad, y era que simplemente había caído empujada por un viento sobre mí cuerpo sensible al tacto, y observo el afiche de Jattin, su rostro eterno en el aire de mi ventana invocando la belleza.
Torres de libros se plantan como castillos en la puerta del baño, “¿Y esos molinos de viento? ¡Señas de mi locura! Rocinante”, le digo al libro que cabalga las hojas, “te presentaré a mi perro Boris, pero primero debo salir de este cuarto enmarañado, ya lo conocerás luego, viejo amigo, cuando vuelva a encerrarme de nuevo entre las murallas de estos libros, y me veas llegar con un ejemplar nuevo, para que se conozcan”, esos son los amigos, todos sostenidos, unos con otros, con el hilo de la palabra. Yo, un solitario, un librero sin librería.

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Texto: Diego Alexander Gómez
Tomado de Memorias de un librero sin librería.
TEXTO Y FOTO DEL AÑO 2017.

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Diego Alexander Gómez

pimientaenchanclas@gmail.com

2024



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