Dulces
vicios
Uno de mis vicios
favoritos,
comer galletas por
la noche;
De niño prefería
unas muy costosas que tenían las figuras
de los personajes de
Disney,
lentamente me le iba
comiendo las orejas a Mickey;
galletas de leche le
llamábamos a tanta dulzura.
Luego busqué la
redondez y el hartazgo
de las “Chusquitas”,
En la casa, a las
visitas les brindaban
unas galletas
cuadradas
llamadas “Sultana”,
de empaque verde
y que se pasaban con
gaseosa.
Luego fueron las
galletas “Festival”
y las “Oreo”,
también las “Ducales”
con mantequilla.
La “Cocoset” es de
mis drogas preferidas;
salgo todas las
noches a conseguirme un paquete,
y el perro aprovecha
para orinar
los postes y buscar
con el olfato
a la perra de la
vecina,
fue en esta epifanía
donde
conocí las “Ritz”
con sabor a queso.
Y el que lea esta
sobredosis se preguntará:
¿Qué hace un poeta
vivo, hablando de galletas?
¿se volvería loco,
como tantos otros?
Y yo le digo al que
pregunte eso,
que no pregunte
bobadas,
que el escritor acá
soy yo,
y yo conozco las
“come trapo”
que me toman por
sorpresa
en ciertas horas de
la noche, largas e intensas,
intentando encajar
poemas
que no desmayen,
que inviten a no
morir al verso,
a no morirse de
hambre, ni de amor,
ni dejarse seducir
de la locura o el suicidio.
Por eso es bueno
siempre unas galletas al lado,
dulces o saladas,
unas que no poseamos
y nos obligue
a volver a la
tienda,
al mundo de la gente
y su dinero,
y sentirse uno
propio de la realidad.
“Unas galletas de
limón, por favor”,
le digo al tendero.
“En ese empaque
verde tengo el recuerdo de ella”
pienso en eso.
“¿Qué?”, pregunta el
tendero,
y es que el tendero
no me entiende.
“Que unas galletas
de limón”, le digo.
Vuelvo a mi cuarto
para este oficio nocturno
a escribir lo que se
atraviese,
cuando rápidamente
la tinta y el papel
se abalanzan hacía
mí
abriendo sus fauces
para engullirme,
doy un paso atrás
velozmente,
y sin pensarlo,
les tiro una
galleta.
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