SECRETARIA O DAMA DE COMPAÑIA - RELATO CORTO

 

Secretaria o dama de compañía

 

Desde que leí esa frase de Hemingway que se pregunta que por qué los viejos se levantan tan temprano, a lo que se responde con la voz de un niño, preguntándose: “será para tener un día más largo?”. Entonces me estoy despertando más temprano, primero me daban las ocho y media del mañana acostado en la cama, todavía cobijado, pero ahora me estoy despertando a las seis en punto e inmediatamente me pongo en pie, miro por la ventana y según el clima elijo mi vestuario para el día. Ropa revuelta en el closet. “Antes debo arreglar un poco”, me digo, y cuando tomo un atado de ropa cae al suelo una torre de carpetas con hojas de block haciendo aún más grande el desorden. Dejo todo en el suelo y me voy a preparar un café; me encanta ese sonido absorbente de la máquina de goteo de la mañana, me siento bajo el influjo romántico que identifica a todo escritor, sólo me faltan unos lentes, pero no es necesario, pues veo perfectamente, he sabido afinar el ojo en la librería, con las letras, con la gente que pasa, entre la danza de los vestidos de las mujeres, siempre atento, activo, expectante a su movimiento: “¡sí que he cogido buen ojo!”, me digo mientras me miro en el espejo.

Salgo para la cocina y cuando entro me doy cuenta del triste espectáculo de los trates sucios: “jum, también debo arreglar cocina”, me digo, “pero antes de todo, un café caliente, primero lo primero”, digo en voz alta y monto el café en la máquina de goteo. Vuelvo a mi habitación, quiero escribir algo, pero yo no soy poeta, sino librero, y aún no me llega la iluminación esta mañana, además no tengo tiempo, soy un hombre ocupado, de negocios, recordemos que monté una librería, pero en realidad, fue que la bajamos entre Jaime y yo, porque los libros los ponemos en el suelo. El caso es que debo dar un poco de orden a este espacio del cuarto y allí veo una serie de libros que debo revisar, ya sea para mi estudio personal, para regalar a los amigos afines a ciertas áreas o para vender en la librería.

Prendo la radio en “La voz de Colombia”, en las otras emisoras de la ciudad tienen la costumbre de hablar, informar, entrevistar, llamar a la gente hacer preguntas de la cotidianidad, poner canciones que piden los oyentes, hacer crítica, dar moral y ética, mientras “La voz de Colombia” se embarca en su enamorado destino con entonaciones de amor de una época y me recuerdan a mi Madre esas canciones rosa de Beto Fernán, me recuerdan a la casa de mi exnovia Liliana, y a su padre cantando junto al televisor. También se me viene a la mente este actual sentimiento que tengo hacia Eugenia, todas las mañanas me siento enamorado de ella.

En la radio dicen que hoy es 26 de abril, día de la secretaria, y me pongo triste porque yo no tengo una secretaria para felicitar, y pienso que debería conseguirme una para que me ayude con todo lo que tengo que hacer: que reciba mis llamadas, que organice mis libros en sus lugares, que limpie y lea algunos, que saque tranquilamente los que son para vender, que me diga qué regalar, que transcriba mis manuscritos, que me opine en ellos, que me deje ser. “¡Claro, necesito una secretaria que me ayude en mis deberes!”, me digo con sinceridad: “¿Cuánto cobrará?, ¿deberé afiliarla a la salud?, ¿a pensiones y cesantías?”, que no le vaya a dar un infarto leyendo mis textos, o que le caiga una pila de libros encima, entonces sería una ARL, y no podemos saltarnos la parte de la pensión pues ella no será joven por siempre, ¡los huesos con el tiempo también saben cantar! Ya en el día de la mujer habría que obsequiarle algo, no está bien en un escritor ser avaro, y si tuviera hijos habría que felicitarla el día de la madre, y también en el mes del amor y la amistad, darle permiso para que se vaya con su esposo de vacaciones y con toda la familia, que se vaya y me deje solo escribiendo tonterías sobre la soledad, luego con los meses el aguinaldo de diciembre, ¡nada de libros!, los libreros siempre salen con ese artilugio, dan un libro a cada visita o cumpleaños.

Sí, necesito una secretaria que me ubique la máquina de escribir poesía, mi copa de vino azul perdida, llenarla de nuevo, y ¿quién imprimirá estas líneas que quieren ser novela, al menos libro? En ese caso, para poder contratar y pagar a alguien así, debo dejar el oficio de escritor y librero, y trabajar en una empresa, y con ese sueldo, seguro hallaré a alguien que organice mi cuarto para que yo pueda salir tranquilo en la mañana, muy temprano, porque no habría libros que organizar, ni máquina de escribir, ni manuscritos que atender, arreglar o ubicar, porque éste ya no sería mi oficio. ¡Paradojas de la vida! Y yo acá pensando en Eugenia, que un señor la contrató para que fuera su asistente en su oficina, ya que ella todavía está en la universidad y no tiene dinero para sus gastos.

Suena la música romántica de fondo, leve, sutil, volando por mi habitación toda llena de libros, desordenada en versos y silencios, y nadie que con una mirada o sonrisa vuelva todo a su sitio o haga un poema enclaustrado en un cuarto que quiere ser libre, ahora solitario, sin plantas, sin gatos, sin perros . . .  Y cuando estoy en medio de una exaltada reflexión, canta la cafetera anunciando el éxito aromado de su proceso, y ya me tengo que ir a bañar y luego trabajar, sólo me queda desearles un feliz día a todas las secretarias del mundo, en especial a aquella que no tengo.



Texto: de, Memorias de un librero sin librería (2016-2019)
Diego Alexander Gómez.

Imagen: Escultura en papel, realizada por el artista chino Li Hongbo, (sacada de internet)




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Diego Alexander Gómez
pimientaenchanclas@gmail.com
2023

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