Me compré unos tenis
para poder asistir a los recitales de poesía
La noche impregnada en el talón del frac,
la longevidad de la tierra,
y mis tenis desgastados por el tiempo:
dos rotos y un chicle pegado en la suela.
Recuerdo:
fue la vez que despejé mi boca
para darle un beso a Eugenia.
¡Qué cariño pegajoso para unos tenis!
Pensé.
Miré el aspecto de mi ropa,
siempre en buen estado,
lo que me obsequiaban mis amigos,
siempre todos de buen gusto,
camisas y pantalones
que habían engordado con los años,
ahora,
era a mí a quien no me servías sus ropas.
Pero mis tenis,
que habían sido un regalo de los relojeros
desaparecidos
en el gelatinoso tiempo,
ya no estaban.
Y era yo, midiendo las calles,
descalzo,
con el péndulo de mi fémur.
Y las gentes mirando al suelo
levantaban la vista atemorizados
por la altura de mi pobreza.
Hasta que me invitaron a un recital de poesía
y dijeron que expusiera mis lamentos.
“¡Por fin, sabrán lo pedregoso de mi camino!”,
me dije.
Y caminé las calles buscando
unos tenis en promoción,
los vendía una señora vieja y rica
a la que acompañaba su bella hija
en la caja de recibos.
“Le quedan muy bien señor,
denota un aspecto juvenil en su postura”.
Me dijeron.
“Ustedes también señoritas”, les dije
y pagué mitad de un precio porque a uno de los tenis
la variación del clima le había cambiado el color,
y así mis piernas cambiaban de firmeza
al calzar mi nueva sonrisa,
pero antes debía amarrar el esfuerzo con valentía.
Esa noche
soñé que era un deportista de alto nivel
y que en la pista de correr me perseguían las letras,
me hacían zancadilla,
luego eran escaleras formando la palabra salto,
y eran un enjambre de abejas con un zumbido extraño,
daño medular, cosmonauta de suela,
planta estelar, sonido de riachuelo . . .
Y no recuerdo más,
se me había ido la conciencia.
Eran mis pies buscando
el abrigo de los zapatos,
¿Cómo poner andar de nuevo el pensamiento?
Entonces esa noche no me quise lamentar,
pero si dije mi suerte,
que ha sido de las más grandiosas
en bendiciones.
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