Sobre el tiempo


Sobre el tiempo



Estaba pensando en escribir seriamente sobre el tiempo, algo que fuera comprobable, científico. Entonces me fui para el parque más cerca, a unos minutos de mi casa, y allí poder pensar mejor sobre ello.  Llegué, no me había percatado que era agosto, el mes de mi cumpleaños, en el que el viento resoplaba más fuerte que los otros once meses, sorprendido me senté a ver más de treinta cometas en el aire, más de treinta niños pequeños y grandes sosteniendo en sus manos el alma, y cierta fuerza al espíritu los halaba, “lo más cercano al sentimiento absoluto de la felicidad”, pensé.  

Los perros corrían a través de los rayos de sol de la cinco de la tarde y de sus lenguas húmedas goteaban los segunderos del agua. Madres con sus hijos en brazos, niños pequeños sentados en la arena se veían transportados por un extraño surrealismo geográfico a la mar, castillos endebles se erigían a cada instante entre las botellas transparentes de plástico, luego caían derrumbados como perlas de oro cobrizo sobre este parque de ciudad. Padres de familia sosteniendo coches de bebe en las manos mientras echaban una larga mirada al ocaso lejano. Sobre el suelo los manteles, los utensilios del almuerzo y el picnic del algo, y uno que otro juguete desamparado por el aire.    

El sol cabalgaba las cometas, el sol estaba sostenido de un hilo enredado en el dedo de un niño.  La alegría no tiene tiempo, mientras dura es infinita. Una niña hace una torta de arena llamando la atención de su madre, en la mitad clava un palo como si fuera una vela y se canta a sí misma un cumpleaños ficticio, no sobrepasa los cinco años y ya cuenta hasta veinte, uno, dos, tres… sonríe sin un diente y aplaude, entonces el tiempo se resguarda en ese espacio negro y vacío de su alegría.

Un niño de diez años que me recuerda a Pimientica, me pregunta si no he visto una cometa de colores que parece un águila dorada.

-   ¿La dejaste en este sitio? - Le pegunté-.

-   No, estaba en el aire y ha caído hacía este lado, es grande y salvaje.

-   No le he visto, pero te puedo ayudar a buscarla – le dije-.

-   No señor, gracias. No es usted tan fuerte como mi padre que también la busca a mi lado, mírelo, es ese que deja la sombra grande en el prado.

Lo miré, y era como si fuera un buque cometa revoleteando por el parque. Y era el hombre, y era el niño, sumando al mismo tiempo sus años cuando la cometa sin más apareció de nuevo en el aire jalándolos a ambos por el cielo. Comencé a confundirme entonces con el tiempo, pues este no era exacto, como quien llamaría preciso.

El tiempo se colgaba de los cabellos de las mujeres, tampoco discriminaba hombres, se posaba tranquilo y mugriento sobre los muslos de los niños en la calle. Horas de libertad y alegría tenían que decir algo del tiempo mientras efervecían las gaseosas frente a la luz de una botella en la mano; y así junto a los lisaderos del parque el tiempo iba desapareciendo de tanto rozarlo, de tanto abusar de él. Y pensaba, que desde que intento escribir seriamente sobre las cosas han pasado ya varios años, y por la manera de hacerlo es como si no hubiera aprendido nada, y tampoco avanzado, y le echaba la culpa de ello al tiempo.

“Pero si estás más delgado, de cabello corto y más enjuto el rostro.” Dijo una nube que pasa formando al azar también el tiempo, la cometa que lo sostiene, los niños que lo viven mientras lo ignoran, y luego es en el pensamiento de sus padres que parece que se hiciera tarde. Y así el tiempo saltaba sobre el prado de la noche, se subía a un perro sin collar, se subía a un árbol sin frutos, y respiraba tranquilo escondido entre las flores. Y cuando la gente y las cometas ya se estaban yendo, el tiempo era un silencio descansado de tanto ruido, de tanto jalón de manos, de cuerda, de besos en los cachetes.

Yo marché también junto a los otros para no quedarme solo con el tiempo, a veces le tengo miedo, por eso intento capturarlo en papeles blancos, para que sea un tiempo bello, libre, caluroso, alegre y enamorado de todo.  

¡Tonto yo, ingenuo! Que no sé nada del tiempo, ni siquiera del instante de la vida, yo que a cada momento la voy perdiendo, me la consumo, segundo a segundo, la vida, el tiempo de ser, el momento.

Entonces, comprendo que, de principio a fin, el tiempo no es más que un juego de niños, ágil y tibio deslizándose lento por el relevante suspiro de la vida . . . 


 



 Texto: Sobre el tiempo

Memorias de un librero sin librería (2016 - 2018)

de Diego Alexander Gómez.

Imagen: Obra del escultor checo Michal Trpák

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