Leer para Amar

 

Leer para Amar

 

Después de haber caminado una hora larga con mi perro pasé por la tienda de don Rubén a comprar una veladora ya que esa noche vendría a visitarme mi amiga Natasha; una maestra de niños que trabaja en una escuelita rural por acá cerca y que ama a los perros tanto como yo.

-   Buenas noches, don Rubén – dije sin mirar quién estaba encargado de la tienda.

-   Él no está, pero dígame, qué necesita – me respondió doña Eliza, la esposa.

-   Ah, qué pena doña Eliza.

-   Tranquilo. Dígame.

-   ¿Qué colores de veladora tiene?

-   Hay blancas, verdes y rojas.

-   ¿Roja?, yo nunca he comprado ese color, y ¿para qué sirve?

-   Para qué más, mijo, para el amor.

-   Entonces sí, véndame esa, la más grande – le dije señalándole con el dedo la única veladora roja que había.    

-  Con mucho gusto, y que le vaya muy bien – me dijo doña Eliza, sonriendo.

- Gracias, y hasta luego - Le dije y salimos. 


Llegamos a la casa, mi perro se echa sobre el sofá después de tomar agua, yo me doy un baño con agua caliente y plantas dulces que sembré hace algunos meses en el patio; menta y yerba buena. Pongo música, un mantra hindú de hora y media que dice en su título que es para atraer el amor verdadero, me confundo porque el amor es amor, no puede tener otra cara que la verdad, pero entre todas las aguas hay unas limpias y otras más claras. 

En los parlantes se escucha el canto de una voz dulce, de mujer y en idioma, lleva tranquila la modulación del Om que se filtra por mi cuerpo. Prendo una vara de incienso, que en su empaque dice: "Serenidad", una que me regalo Natacha, y que me recuerda a la chica de “Noches blancas” de Dostoievski, y que no sé por qué la he pensado tanto en tan sólo dos semanas de conocernos.

Me dijo el Chamán con el que tuve consulta en estos días, dizque que yo estaba enamorado, que se dio cuenta porque vio un pájaro cantando junto a mi casa en uno de sus sueños.

-   Eso está muy raro, abuelo - le dije.

-  De eso hablamos en la luz del día - me respondió mirando el fuego.  

Pero más sabe el universo por viejo que por eterno, y me quedé con esa idea mística en el pensamiento porque podría ser la verdad.

Después del baño encendí la veladora que inmediatamente comenzó a bailar con los objetos que estaban cerca, tomé el incienso y lo agite suavemente y un dulce aroma emergió como un fantasma jugando con el aire, y recordé que el Chamán me había dicho que para equilibrar mi energía y otros aspectos de mi vida, tenía que leer cinco páginas de cinco libros y hacer un texto que combinara estos pensamientos. Camino entonces por la biblioteca de mi casa para ver que encuentro, cuando unos libros fueron guiñando su lomo desde un estante, al igual que unas cartas del Tarot de Osho, y me dispongo a hacer un compendio de letras con todo ello; Tema: "los asuntos del amor", me dije mientras me iba abrazando suavemente la noche. 

El primer libro que escojo es el de Siddhartha, leo la segunda parte, que es el encuentro que tiene con Kamala, pero no olvidemos que ese mismo día Siddhartha se había encontrado con una joven en el río, quien lo invitó a calmar la sed con su cuerpo mojado y dispuesto, pero Siddhartha la rechazó porque la noche anterior había soñado con Govinda; soñó que éste le reclamaba por dejarlo solo, luego Govinda se convertía en mujer y con el pecho desnudo y sus senos turgentes Siddhartha se alimentó en el Edén de su sueño, y era que el universo le pronosticaba que conocería a Kamala, la mujer que sería su maestra en las artes amatorias, quien lo llevaría a conocer el poder de Laksmí, la consorte eterna del dios Visnú, diosa de la belleza y de la buena suerte;  más, Kamala al verlo como Samana, mejor dicho como un pordiosero, le sugiere que lo primero que debe hacer es darse un baño de cuerpo entero, cortase el cabello, las barbas y las uñas, también le dijo que se rociara un perfume agradable y que volviera luego donde ella, y así fue, y no solo volvió más atractivo, sino que quiso ser poeta frente a la belleza de sus ojos, los de su nueva maestra, y afloraron las palabras, y se detuvo Siddhartha en ese lugar de madures que son los labios, materia prima y deliciosa de todos los versos del mundo . . .   Y dejo esta idea acá sólo para animar a otros a leerlo y se den cuenta de lo que pasa con nuestro amigo hechizado. 

Tomo otro libro, el segundo, uno que escribió y cantó el argentino Atahualpa Yupanqui, es de poemas, lo abro al azar y unas notas musicales salen al viento, y entre silencio y silencio me encuentro con unos versos dedicados a una niña morena que reparte agua en los cultivos donde trabaja con sus padres, su cara sucia pero con fuerza, y en el verso dice que ella tiene “el fuego de la selva en sus ojos”, y me imaginé esa mirada fija, silenciosa y desafiante, cuando fue llegando a mí otra voz que repetía: “Mi corazón es una selva”. Y yo digo que el amor es digno de la poesía, del canto a la vida, de la contemplación de todo ello en el espacio cuerpo. ¿Qué es un verso sino un pálpito del corazón? Kabir dice, libro número tres, que unirse completamente al señor suple los dolores del mundo, y es su canto una larga melodía de amor por el todo, el cielo y la tierra en uno solo.  ¡Cómo que se ponen de acuerdo todos los astros para mirarnos!

En un cuarto acto, barajo las cartas, y junto a la luz de la vela roja y el aroma a incienso, me dispongo a leerme el Tarot, sólo una carta para no parecer obsesionado con el futuro, y barajo de nuevo, parto yo mismo en dos mitades, y tiro la figura tapada para ahondar en el misterio, la giro; carta número tres; La iluminación, cuenta la historia de cuando Buda llegó al cielo y automáticamente las puertas se le abrieron para que entrara, pero éste se dio la vuelta y vio a miles de personas haciendo fila, sufriendo el camino, esperando para entrar, entonces dijo que esperaría afuera, que para eso había practicado toda su vida en la meditación, que se quedaría allí acompañando a las almas con su luz, que si no, qué sentido tendría entrar solo. Y allí se quedó, como un resplandor en el cielo, sin prisa. "Ya nos veremos cuando sea el momento", le dije a la carta, guardándola de nuevo. Y entiendo que somos uno con el cosmos: agua, tierra, aire, besos y sol. No olvidemos la responsabilidad que cargan las abejas.

Finalmente, tomo el quinto libro, uno de Quiromancia, lo abro en la parte de las líneas de la mano, dice que son tres líneas principales: la línea de cabeza, la línea de corazón, y la línea de la vida. Observo el recorrido de mis líneas, están bien definidas, mucho más las de la mano derecha: mi presente, mi camino, mi futuro, mi alegría. Veo que he tenido un giro inesperado, lo dicen unas pequeñas líneas que se desvían de la línea principal de la mano izquierda, que es el espejo del pasado.  Ahora soy más fuerte, autónomo y dispuesto a ser parte de la vida con el todo, según la norma dentro del libro, soy un autodidacta, con pronóstico en larga vida y mucha abundancia en el amor. Sonrío por lo que yo mismo me digo. 

¡Qué buen Quiromántico soy! 

Luego de sumergirme más de una hora por esa palabra que todos llaman "amor" y que ilumina los senderos del pensamiento, observo mi veladora roja, encendida, juguetona, bailando entre mis letras, y recordé a Baudelaire cuando dijo: "¡Ah, qué grande es el mundo a la luz de las lámparas!", y me dije que hora sí estaba preparado para el amor cuando éste quisiera llegar de entre sus sombras a mi encuentro. En esas entró una llamada, era de Natasha, que alegría me dio al ver su nombre en la pantalla del teléfono, un regocijo vibrante daba vueltas en mi piel. Contesté, “Haló” . . .   Tuve un largo silencio. Me dijo que la disculpara, qué había llegado alguien de improviso, una visita y que debía atenderla, y que por eso del tiempo y lo que está cerca no nos veríamos esa noche, pero que de seguro otra noche sí. Hubo otro largo silencio. No pregunté nada, no quise discutir su decisión o saber quién la acompañaba, además había leído en Gonzalo Arango que “El amor debe ganarse como una victoria para cada día”. Hoy fue la derrota, casi absoluta, pero por fortuna renacería mañana, me inventaría otra palabra, otros días, otros aromas, otra veladora encendida.  

-   Está bien - le dije - nos vemos luego.

-   Claro - dijo ella, y colgamos.

Destapo la botella y me sirvo un trago de color vino rojizo, miro el incienso subir lentamente, y la veladora es extremadamente roja, y no sé por qué sentí un vacío en mí, una tristeza, y no me contuve, y lloré un momento, eran pequeñas gotas que reunían toda la sabiduría amarga del mundo y se querían escurrir ahora entre las líneas que no leímos de las manos, ahora sí estaba en práctica la lección. 

Tomé el cuaderno y escribí: “El amor es un rayo que cae sobre dos personas al mismo tiempo". Cerré la libreta y la dejé a un lado, igual hice con la pluma. 

Apagué la música, la veladora y el incienso, tapé el vino, puse los libros en su sitio, dejé la casa a oscuras y bien aromada, y salí a caminar junto a mi perro quien siempre estuvo recostado en el sofá, silencioso, esperándome, observando todos mis movimientos y prometiendo guardar mis secretos.

Ya en la calle caminamos en el sentido contrario de la casa de Natasha. El aire pasaba tranquilo, fresco, rozante de cariño, y es que había una Luna llena, lista y juguetona persiguiendo a una zarigüeya que se escondía velozmente dentro de un bote de basura, y un poco más allá de los aceros y de los tejados danzaban las estrellas, y mi perro Boris aulló profundamente como si estuviera enamorado.   

 

 

















Texto: Leer para amar (inédito)
de Diego Alexander Gómez. 

Imágenes tomadas de la Red

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