Tabla de salvación

Tabla de Salvación

 

Acabo de leer en el almanaque Bristol que, “La paciencia es la madre del éxito”, y yo sigo acá alimentando con mi flacura a esta soberana que me mira de reojo pero no me dice nada, se asoma por la ventana con su mechoncito de noche y observa tranquila como intento refugiarme en los libros y en el hombro de mis autores, y cuando leo un verso bueno, casi que lloro, lo hago, y agarro el lápiz para nombrarme en garabatos, para plasmar en los muros de mi cuarto sus pensamientos y así sentirme acompañado, yo que lo tengo todo, pero en mi pecho falta algo, y es sabido que los tontos no sabemos a qué se debe esta tristeza, esta manera de ser, esta metamorfosis que al girar me va estimulando mientras yo tan sólo me contemplo en el espejo, y digo en voz alta: “Ya pareces el caballero de la triste figura”, como diría Cervantes, y para no sentirme desahuciado, bajo los libros de la biblioteca de mi cuarto, los arrumo en la cama, los contemplo en la lectura y en su forma, los abrazo, trato de entenderlos también a ellos, pues no sólo soy yo acá el importante; algunos llevaron también una vida triste y solitaria, y que hable Nietzsche si digo mentiras, o el loco de Artaud, o el mismo Malinowski solitario con su cultura en las Islas Trobriand sin tener quién le preparara un Martini con decencia, o ese libro decorado con el rostro de Pizarnik, Cavafis, o Nerval, se nota la tristeza en ellos cada noche en mi morada, y me sonríen para hacerme sentir, para entender que a pesar de que la gente no está acá a mi lado, nunca voy a estar solo con los libros, y no es por la causa de que no sea bien parecido, mal educado, que huela mal o se me evidencie algún vicio en las manos, lo que pasa es que la poesía me tomó por sorpresa, yo que iba a ser un hombre rico, pudiente, empresario, y ahora me veo acá sentado con mis pocas pertenencias, con todos estos libros silenciosos a los que intento con esmero hacer que hablen, que me digan algo, que me den una respuesta sobre la vida, sobre el amor, o sobre el tiempo, o mejor aún, sobre ella: ¡Clandestina reina! Y cuando ya mis ojos se han cansado de toda esa luz, escucho música para que baile y cante mi espíritu, y así los armónicos de George Harrison dictan una frase que siempre me ha gustado, y que dice: “Yo realmente te quiero señor, te quiero ver, pero todavía no es tiempo”, y al ritmo Hare Krisna siento que aún tengo mucho por comprender, por disfrutar, por amar, por ser, hasta terminar mi gran sinfonía de hombre, esta que apenas voy componiendo.

 

Qué diría Beethoven de este tonto nostálgico al escuchar su Claro de Luna junto al susurro de esta noche que se lee a oscuras, o Wagner ansioso en su cabalgata por las Valquirias simulando un nuevo reino, o el odiado Schopenhauer y sus consideraciones acerca del mundo, o mejor, que me diría Jesús: Levántate y anda hermano, aunque sean las doce y una Luna llena. Y, sino que lo diga Cesar Vallejo: “Y cuándo nos veremos con los demás al borde de una mañana eterna, desayunados todos” ¡Ah, como los extraños a todos hermanos!, y a ese perrito mío que parece un ángel, y a mi madre, mi refugio, todo.

A todos los dioses del tiempo, esa vela 

Azul, encendida, es para ustedes, para que vean y no olviden el camino que les nombro y me presten sus abrigos, yo que no tengo más que la escritura como tabla de salvación. 

 

 






Texto y fotografía: Diego Alexander Gómez
Tomado de: Memorias de un librero sin librería (Inédito) 

 

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