Cría de letras
Pescando lectores de todas las agua y edades,
blancos, negros, mulatos y amarillos; mujeres de piernas
largas, hombres de brazos fuertes; lectores grandes, medianos, y
chicos; con complejo de perro, gatos, y pajarillos. Pesco
lectores al azar, sin miedo, mis carnadas son letras en movimiento, y en el
anzuelo pesan los versos de Rubén Darío, Silva, y Vallejo. Ríos
grandes y profundos tuve que mandar a Nietzsche y a Vargas Vila juntos; ríos
pequeños y cristalinos: Jalil Gibran, Momo, y el Principito. Peces
van, peces vienen desde la fuente universitaria; unos elegantes, otros más
sueltos, ellos de barbas largas, inevitables ellas de faldas
cortas.
Yo, cómo digo, un pescador de lectores,
busco a aquellos que quieran descifrar las inscripciones dejadas en un libro
(más suertudo es quién pueda leer una mujer en braille) y por qué no, dejarme
una parte de su dinero, así yo podré pagar y comer peces reales de carne y
hueso, robusteciendo el cuerpo, y este pensamiento que voy
alimentando. Paradójico esto, que sea yo también, una carnada de la
vida para la muerte que sin decir nada también pesca en ríos revueltos.
Con sed y hambre resistida en esta
barca del pensamiento, más allá de la época de mis autores: Virgilio, Dante,
Schopenhauer, Carroll, y Dostoievski, peces grandes son carnadas para peces más
pequeños.
¿Qué más somos entonces, sino peces del mismo estanque boqueando y aleteando en
todas las dimensiones del espacio tiempo?
Pesco lectores, casi acuáticos,
vestigios andantes de humanidad.
Texto: Cría de letras.
Tomado de: Memoria de un librero sin
librería. Inédito.
De; Diego Alexander Gómez
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