Derecho, a la locura.
La locura está en la calle seguida por mucha gente de alucinadas sombras, se desviste buscando un brillo que le guie el corazón. Fue en un canto de renacuajos con rayos solares sobre el cuerpo que al entonar la melodía le salió amarillo el aliento.
Una lágrima pule una estrella, una sonrisa borda al sol con gotas de agua, el sentimiento planta almas en los girasoles que son dioses doblando el universo a cada giro. “Mientras haya vida hay tiempo”, dice el poeta mejía.
Las canciones abren caminos entre la mugre del cerebro, la aglutinada soledad rompe el cristal añejo y borroso, recuerdo de una dama: ¿Qué pretendes mujer con tu paso?, con tu muslo rosa, dulce, tierno al Sol, en esta tarde de amor, dolor de compañera, triste tu andar, desnudo el pecho, sueño de hombres en el desierto, agua que me sumerjo, agua que ahoga también sabe de amor. Deja la prisa y detente, mira a las plantas cargar sus semillas entre los ramos, el pendular de los segundos maduros, suman a las formas las hojas en el cielo, maneras de asumir la tierra, la lucha, la sangre, los héroes.
El hueso muralla es
una batalla de labios mientras bajamos silenciosos a vivir en la silueta de los
cuerpos sin raíces, de los muertos besando las alturas y el espejo del paraíso.
Con un beso te recibo en luz, rendido de admiración, te canto aún, te recuerdo con sed laberíntica, a tus pies, a tu servicio, siempre tú, mujer, Madre Tierra, voy despacio hacía ti, montado sobre una cordillera en el tiempo de su lomo, implacable reptil con cola de iguana que anida rocas mudando de piel. El hombre planta ahora está plantado en la tierra celeste.
“Para la locura, al mundo vine yo”, me dijo el poeta a su paso, descalzo, midiendo las calles con un pedazo de costra que recogió del Sol y yo le canto a sus cristales.
De memorias de un librero sin librería(2016 - 2019)
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