Pasajeros de la infancia
Era el año 87 cuando el parquecito de la “Primera etapa” del barrio el
Porvenir era el parqueadero de los buses de servicio público de Rionegro. Recuerdo
que entre esos gusanos metálicos y estáticos se formaban laberintos por los que
jugábamos mis amigos y yo, y cuando teníamos suerte, nos subíamos a ellos corriendo
las ventanillas hacía un lado, y ya adentro, nos turnábamos el asiento del
conductor, mirábamos por los espejos, pisábamos el acelerador y luego los
frenos, “Para donde va, bien pueda suba”, le decíamos a la puerta cerrada. “Permiso
yo manejo”, decía alguno, “no, sea usted el ayudante”, decía el otro”, y se
escuchaban nuestras voces infantiles reír como pasajeros mientras movíamos la
cabrilla de un lado para el otro, y hasta alcanzamos a encontrar algunas
monedas por el suelo, así, llevados por la memoria, conducíamos de barrio en
barrio subiendo gente, bajaba uno por “El carretero”, pasando por el colegio la
Presentación, hasta llegar a la “Bomba” o la Estación de gasolina, donde al
frente había una gallera y unos restaurantes, y que detrás de ellos se llega al
sector del “El aguacate”, más allá, en “La cuarta etapa” encontramos el Comando
de Policía que estuvo amenazado un tiempo, de que les iban a poner una bomba, y
era la gente pasando por allí asustada, cerca de la tienda de “Don Tranquilo”,
un hombre muy amable y conocido en el sector junto a la cancha de Tejo, y más
allá, se expandía libre “El llanito”, luego al devolvernos, pasábamos por la
iglesia del Espíritu Santo ubicada en el sector de “La Sexta etapa”, barrio que
se inundaba por su cercanía con el río, allí también había una cancha, La
cancha de la sexta, le decíamos, donde años después se hicieron varias
versiones de un Festival musical llamado “Rock al Perro”, en donde el boleto de
entrada eran dos kilos de comida para gatos o perros, no hace poco llegó la
ampliación de las vías y tumbaron la cancha, ahora sólo es carretera y paisaje.
De allí seguíamos hacía abajo, pasando por el antiguo colegio de CECODES donde
al frente queda un caserío en forma de Triangulo, y que así le llamábamos. Pasábamos por Distrimar, a la izquierda “La
primera etapa” y más para arriba se llega a “La tercera”, y más a la derecha a “Los
edificios”, ya de ahí, y hacía todos lados apenas se vislumbraban terrenos en
preparación de construcción horizontal, de uno y dos pisos, como lo eran, el
barrio “La mota”, “La alameda”, “Vegas de la calleja” y “Quintas del carretero”.
Luego volvíamos, desde el juego, al mismo sitio, nos bajábamos para seguir
sonriendo con tan sólo asomarnos debajo de los buses, yo veía desde allí el
jardín de mi casa, y cuando llegaban de trabajar mi madre y mi abuela, salía
corriendo feliz a su encuentro, y me despedía de mis amigos que también iban
saliendo para sus casas que abrigaban un aroma de arroz caliente. Poco después,
el alcalde cambió de lugar los buses, los reubicaron en el sector de “la Cuarta
etapa”, a todo el frente del Comando de Policía, entonces nuestro parquecito quedó
en una plaza vacía con vista a todos lados para inventar otros juegos, por lo
que aprendimos a no extrañar más los buses.
Recuerdo bien la cancha de arenilla de la “Primera”, a la que se llega pasando
por un puentecito amarillo la quebrada, y aun lado la Escuela Eduardo Uribe
botero, de uniforme verde, en la que estudié con el rector don Leonardo porque en
la jornada de la mañana era el uniforme gris y el rector era don Arcángel.
Yo me subía al bus de Rionegro en la
esquina de Bonanza para llevarle el almuerzo al esposo de mi tía que trabajaba
en Kokorico, ahí en todo el Parque de Rionegro, y cuando regresaba me bajaba en
el estadero “Bonanza”, junto a Copiantioquia, donde alguna vez abrí una cuenta para
niños llamada “Ahorradorcito”, y era mi abuela que me estaba ayudando a ahorrar
en ese tiempo y llegué a tener hasta diez mil pesos a mis once años, luego
dijeron que cerrarían la sucursal del barrio y ambos retiramos nuestro dinero. Pasando
la calle estaba la farmacia de don Rodrigo, y hacía “La primera” “El
estanquillo” de muro verde, y a unas casas, la tienda de don Rafa y Anita, junto
a su hijo, Arturo, y más allá la tienda de don Gilberto, y la de don Pablo
Marulanda, y en la esquina doña Julia vendía empanadas, yo le ayudaba a vender
los domingos, recorría el barrio con una olla tapada y un frasco de ají en la
mano, entraba a cafeterías y billares, vendía todo y volvía por más, también me
comía muchas. Recuerdo la tienda: “Discos
Wilde”, donde vendían Casetes y ELPS, luego vino el formato en CD y su local
sonaba más duro, y es que era el ánimo y la pasión por la música de su
propietario William Gómez, y que en este tiempo aún persiste. Recuerdo los dos Billares del parque, el de
doña Gabriela, y el de don Luis Arbeláez, el papá de Diana y Paola, mis amigas.
También estaba la panadería del “Pana” con quien nos divertíamos mucho por su
forma de hablar y su boso parecido al de Mario Bros, también caminaba cojo, yo
trabajé con él, pero pagaba muy mal por eso me comía muchos pandequesos con
gaseosa. También recuerdo la casa de don Pedro Arredondo en la en el patio había
un nacimiento de agua subterránea y las personas iban a que les llenaran los
baldes, a mí me tocó ir y venir muchas veces, también a un pozo de agua que
había en la calle, al frente de la que era mi casa, se corría una tapa redonda
y pesada, y algunos hombres que sabían del sistema, amarraban un balde con un
lazo y sus propias manos eran el molino que subía el preciado líquido, luego ambos
pozos fueron sellados, no se sabe por qué y quién lo hizo.
Después volvía a la casa de la abuela, casa a la que le decíamos “La
esquina” donde en medio del jardín había un kiosco en el que celebrábamos las
fiestas decembrinas y el resto del año nuestro lugar de recreo, ahora, al pasar
por allí, veo el suelo en cemento y un techo para carros, y miro atento, exactamente
bajo la llanta izquierda de adelante del carro parqueado, que entre la tierra, está
la memoria de mi tortuga pecas, a quien enterré allí un día que murió de hambre
y soledad cuando comencé a trabajar en el restaurante de mi abuela por “La Calle
de las carnicerías” cerca del parque de Rionegro.
Así, mi generación fue creciendo para dejar de ser pasajeros del juego y
anhelar ser personas valiosas e importantes, con valores y respeto. Muchos de
los amigos se fueron a vivir a otros lugares, yo también tuve que irme a vivir a
otra ciudad, ¡esas cosas de la vida de tener que crecer y conseguir trabajo!, y
tan sólo ahora, en que vuelvo a recorrer estos pequeños lugares van llegando a
mí estos fragmentos de mi pasado infantil combinados con los edificios nuevos, estos
lugares llenos de vida, de sueños, y de niños jugando a descubrir el mundo por las
mismas calles que ahora me saludan con el viento, ahora, a mis cuarenta años,
voy pasando despacio y en muletas, junto a mi perro al que aprovecho y le digo:
“Boris, este es el barrio en el que viví de pequeño, orine donde quiera que yo
lo dejo”, y él me mira atento, luego olfatea un poste y se orina en el andén.
Diego
Alexander Gómez
Rionegro,
25/julio/22
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