Tarde, el sol.
Mi edad se eleva como los dinosaurios
frente a la explosión de la tierra.
Soy el Big Bang de este tiempo,
de esta tarde de librería,
de sol disimulado en un poema
en el que llueve
sobre un tronco de árbol
que me sostiene.
“No hay soledad en el resplandor”
Me digo.
Y poseo la videncia de mi fracaso
como el super hombre de Nietzsche.
No tengo nada,
tampoco quiero.
Sólo espero que sane pronto mi mano
con la que escribo versos al fuego
como un buen perdedor de mi tiempo.
Pero no existo solo,
pertenecemos al reflejo del momento,
luego...
¡Ceniza al viento!
¡Qué manía!
¡Qué dramatismo este, el mío!
¡No estar acá mi Boris para darle un abrazo!
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